Por: Sir Lucky Dube
CIUDADANO Y COMUNICADOR
Es el caso que en la mañana de un sábado cualquiera, recién salido de la cama, me encontraba leyendo Descolonizar la mente, de Ngũgĩ wa Thiong’o, un escritor, profesor, pensador y humanista keniata. En uno de los capítulos del libro, especialmente dedicado a los niños, sostiene Thiong’o que el área de dominio más significativo de las metrópolis que colonizaron África fue el «universo mental de los colonizados», esto es «el control, a través de la cultura, de cómo las personas se percibían a sí mismas y su relación con el mundo.» En el mismo capítulo, asevera el escritor, que al no poder –los colonos– acabar con las lenguas autóctonas en su expresión oral; a través de la escolarización y, más concretamente, de la escritura consiguieron que «la lengua de la educación formal del niño africano fuera un idioma extranjero» por lo que «la lengua de su conceptualización era, por ende, extranjera».
En este punto les ruego me permitan hacer un excursus. Durante mucho tiempo, y aún hoy, existió entre los escritores africanos la disyunción o polémica sobre las lenguas de la literatura africana. Debo decir que comparto el pesar, causado por el imperialismo, que llevó a Thiong’o a prescindir del inglés, en este caso, como idioma de escritura. Sin embargo, en torno a esta cuestión me confieso «achebista». Chiuna Achebe (q.e.p.d), al revés que Ngũgĩ, entendía que escribir en inglés, francés y portugués (o en castellano, en mi caso) sirve mejor al propósito de difundir las voces negras y africanas por todo el mundo, empezando por la propia África. Opinión de la cual participo. Fin del excursus.
Volviendo a lo nuestro y digresiones aparte, lo que llamó mi atención mientras leía al pensador keniata fue –valga la redundancia– el concepto de conceptualización. Esa palabra en concreto me hizo pensar en lo tremendamente difícil que es erradicar de la mente de un niño –que luego entrará en la adolescencia y, más tarde, en la edad adulta– todas las imágenes, ideas, conceptos y creencias que va asimilando de forma paulatina durante su infancia y adolescencia. Todo aquello que formará parte del credo ese niño cuando sea adulto. Esa es la clave de este artículo. Tratar de dilucidar, aunque sea de forma somera, la mala simiente que dejará en nuestros jóvenes y adolescentes el hecho de haber nacido y crecido en una dictadura, así como la enorme dificultad que supondrá llevar a término la tarea de deconstrucción de todo lo que han construido las dictaduras.
Si asumimos como cierto que las generaciones culturales cambian cada 15 o 20 años. Es fácil concluir que nuestras dos dictaduras nguemistas se han llevado por delante a casi tres generaciones de guineanos. Ya una vez dije que, en mi opinión, lo peor de las dictaduras es lo que subyace, lo que no se ve a primera vista. Las cosas que, sin el debido análisis o sin la debida mirada profunda, no son fácilmente detectables. Lo peor de las dictaduras son sus intangibles: La deshumanización y el debilitamiento del músculo moral de la sociedad. Para empezar, como todos los dictadores africanos, el Sr. Obiang y su cuadrilla de sanguijuelas son los últimos depositarios de una mentalidad colonial que les permite o les obliga a ejercer de guardianes de los intereses de sus protectores occidentales. Aparte, con el fin de mantener el status quo y de perpetuar su poder, siempre supieron rodearse de corruptos que a su vez se fueron convirtiendo en corruptores de otros corruptos. Extendiéndose y contaminado a cada vez más gente, a cada vez más familias como si de una plaga se tratara. A estas alturas la sensación es la de un cáncer que ha hecho tal metástasis que habrá que operar y hacer quimioterapia sin siquiera anestesiar a la sociedad. Es claro que la corrupción moral es anterior a la corrupción política, económica o social. Es igual de claro, al menos para mí, que Teodoro Obiang y Francisco Macías junto con la jauría que los ha acompañado siempre, han producido a lo largo de estos últimos cuarenta y ocho años (que se dice pronto) generaciones casi enteras de gente moralmente corrompida hasta el tuétano. Los vicios adquiridos y los patrones de conducta o de actuación que conforman nuestro decálogo –al que algunos han convenido en llamar ‘Guineología’ aunque, personalmente, prefiero el concepto de obianguemismo sociológico– han favorecido que vayamos produciendo el tipo de niños y el tipo de jóvenes que le interesa a la dictadura. Jóvenes huérfanos de valores, de educación o de cultura. Jóvenes sin interés en educarse políticamente, aunque sólo sea para comprender por qué están como están. Hemos producido y estamos produciendo generaciones de niños y jóvenes que la única cultura que consumen es la cultura del chivatazo, de la traición, de la calumnia, del «conmigo o contra mí», de la mediocridad, de la envidia, del cainismo, de la vileza, de la violencia, del cerrilismo, de la apología de la ignorancia, de la adulación y la servidumbre, del latrocinio, de lo promiscuo, de lo ruin y de lo mezquino, de la falta de respeto a todo y a todos. Una cultura de la ambición mal entendida… Todo eso es lo que dejará la dictadura en nuestros niños y en nuestros jóvenes. Una cultura en la que, como diría el profesor Ngũgĩ wa Thiong’o, el lenguaje de conceptualización está en clave de dictadura. De forma que las personas, al menos la mayoría, se ven incapaces de ver actuar y de vivir de forma distinta a lo que mandan los cánones de la dictadura.
En un país donde, con toda la intención, se confunde educación con adoctrinamiento, el gran reto es ese: deseducar de lo que la dictadura ha educado y desinformar de lo que la dictadura lleva casi medio siglo informando y enseñando. Yo, y lamento decirlo, me confieso bastante pesimista en el sentido gramsciano del término. Sin embargo, también he aprendido a tener algo de esperanza o, mejor dicho, nunca he dejado de albergar algo de esperanza.
Cuando ves que iniciativas como Radio Macuto y La Vos de los Sin Voz cumplen tres años; cuando ves que Diario Rombe no para de crecer; y que se sigue emitiendo Uhuru África; cuando ves el nacimiento de proyectos como Afro-Positivo… o cuando recuerdas que en el poblado más pobre y más recóndito de Guinea Ecuatorial todavía hoy, y a pesar del Sr. Obiang, quedan maestros que en condiciones infrahumanas y a pesar de la falta de recursos siguen dando la cara, sieguen educando y enseñando a nuestros niños, dándoles esperanza, porque saben o entienden que basta con un día, un detalle o un momento para marcar la diferencia en la vida de un niño; y porque entienden que la única salvación posible estriba en la educación y en la cultura. Cuando veo todo eso desde la distancia, y cuando pienso en ello, recuerdo que siempre queda un justo en Sodoma y que siempre queda algo o alguien por quien pelear. Y eso es, quizá, lo único que la dictadura no ha conseguido quitarnos… de momento.
Somewhere in South Africa
Sir Lucky Dube
¡One Love!
No hay comentarios:
Publicar un comentario